lunes, 25 de mayo de 2020

Cuento objetos


Consigna;
 Escribir un cuento en el que aparezcan los 5 objetos que eligieron, de la siguiente manera:
uno aparece dentro de un flashback (retrospección, recuerdo de uno de los personajes), otro es robado, otro es un amuleto de uno de los personajes o del narrador, el cuarto es parte del escenario y el último funciona como pasaje a otro mundo / situación / escena / estado de cosas.


Objetos: reloj (flashback), anillo (amulento del narrador), pañuelo (objeto robado), foto (parte del escenario) y espejo (pasaje a otro mundo/situacion/escena/estado de cosas). 


Siete años de mala suerte 

"...I  have run I have crawled I have scaled these city walls, These city walls, Only to be with you, But I still haven't found What I'm looking for, But I still…” 
Usted esta en la estación: Palermo. Próxima estación: Ministro Carranza. 
“Ya casi llego” pensé. Eran las 10 de la noche, combinar trabajo y facultad me estaban empezando a pasar factura a esta altura del año. Me empecé a acercar a la puerta para bajar. Escuché el ruido característico del subte porteño y las puertas se abrieron. Cuando intenté poner un pie en la línea amarilla un tirón me vuelve a tirar para adentro. Sentí mi corazón acelerarse y como me transpiraban las manos, cuando escuché el anticipo de que las puertas van a cerrarse actué sin pensar, me aferré a mi mochila con todas mis fuerzas y corrí para adelante. Un segundo después estaba en el piso del andén y el subte yéndose a mis espaldas. Habían intentado robarme la mochila, pero lo único que consiguieron fue quedarse con mi fiel pañuelo en la mano y darme un buen susto. 
¿Fue buena suerte o mala suerte? Pensaba mientras una señora y un trabajador nocturno del subte se acercaban a preguntarme si estaba bien. 

Me esperaban unas cuantas cuadras hasta mi casa. Todavía conmocionada decidí no volver a ponerme los auriculares. Cuando me restregué la cara para despejarme y tener la atención que requiere caminar a esas horas de la noche, me di cuenta que no tenia mi anillo, mi amuleto. Cómo podía ser que no lo tuviera si jamás me lo sacaba. La idea de haberlo perdido me heló la sangre. Pero ahora los sucesos de esta mañana cobraban sentido.

No me sonó la alarma. Me desperté media hora después de lo que creí que había pactado con mi reloj. La desorientación me duró tres segundos hasta que la frustración de recordar que hoy rendía un parcial me hizo reaccionar rápidamente. Me tomé el colectivo que pareció tardar una eternidad. Corrí los todavía para mi desconocidos pasillos del ala Santiago del Estero. Llegué justo para que el docente se apiade de mi. Me senté en una silla rota en la que me enganché el jean cuando quise pararme a entregar el parcial.

Recordando mi fatídica mañana, ya había caminado dos cuadras. Solo me faltaban tres más. El semáforo en rojo frenó mi caminata. Mientras esperaba la luz de paso, me di cuenta que estaba pisando una foto. Muchas fotos en realidad, dispersadas por la esquina de Bonpland y Paraguay. Parecía como si a alguien se le hubieran caído sin querer. Sentí lástima por ese desconocido y me pregunté si podía ser que otra persona, en alguna parte, podría haber tenido un dia de tanta mala suerte como yo. 

Llegué a mi departamento. Dejé la mochila en el piso y abrí la pequeña heladera que mi monoambiente de estudiante se podía permitir. No había nada. Miré el techo y decidí, como tantas veces había hecho, bajar a la vereda a fumar un cigarrillo. Con la ingenua esperanza de encontrar algo abierto para comer un martes casi a las 11 de la noche, llevé conmigo mi billetera. 

Me senté en los dos escaloncitos amigueros de la puerta de mi edificio. Abrí la billetera solo por el hecho de hacer algo. En uno de los bolsillos había un espejo, chiquito, que me había encontrado alguna vez y como me pareció lindo lo guardé. Haciendo malabares con el encendedor y la bolsita de tabaco, el pequeño espejo se me cayó al piso y se rompió. La ironía de los siete años de mala suerte me causó gracia a esta altura del dia. Fuí a tirar los pedacitos de vidrio a la basura y lo ví, mi anillo, casi escondido entre las bolsas de consorcio. “Últimos sanguchitos vegetarianos. Dos por 150 pesos” pasó gritando, justo en ese momento, un chico en bicicleta. 






2 comentarios:

  1. Hola Carola, paso a comentarte tu blog. En particular este cuento. Lo ame, por su simpleza y lo tan real que parece (algo que a mí me cuesta mucho, me voy siempre para lo fantástico). Asimismo, me gustó la manera de incorporar los objetos, sutilmente, nada forzados, casi no me dí cuenta.

    Saludos! Mar.

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    Respuestas
    1. Hola Mar! Gracias por el mensaje. Que interesante lo que me decís porque mi me pasa al contrario, me cuesta salir de lo simple y escribir fantástico. Asique me paso por tu blog, que lindo intercambio.

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Antología

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