Quinto
Quinto año me parece una reverenda boludes. A veces intento entender la emoción y la euforia pero la mayoría de las veces me parece sencillamente ridículo. La promesa vacía del mejor año de tu vida, menores de edad hiper sexualizados, y una sociedad que te avisa que lo disfrutes porque después a meterse en el sistema sin salir hasta que te jubilás.
Mi mamá dice que como repetí un año estoy “desfasada”, que por eso no me entiendo con mis compañeros y compañeras. Mi psicóloga dice que en la secundaria nadie se salva de la ansiedad pero que cada uno lo lleva de una manera distinta. Tal vez sea un poco de ambas.
Con mis amigas somos tan distintas que me imagino que si no nos conocieramos de toda la vida ni nos dirigiríamos la palabra. Gracias a ellas sobreviví todos estos años de secundaria. Somos cuatro, es un buen número, y aunque no siempre las entienda las quiero mucho.
En el colegio todo es tan predecible y a la vez te sigue sorprendiendo. Si te detenés un segundo, casi se pueden oler las presiones, las inseguridades. Un poco me dan lástima, pero siento que van a ser felices cuando salgan de acá. Lo único que me molesta un poco es que a veces me tildan de interesante sólo porque soy linda y tengo perfil bajo. Igual no los culpo a ellos, sino a la industria del cine que romantiza a los excluídos.
Vivo sola en un monoambiente, en un edificio amarillo. Mis papás me pagan el alquiler con la promesa de que cuando termine el secundario empiece a estudiar una carrera, y a mi ese me pareció un buen precio para la libertad. Tiene la cocina y la cama separadas por un mueble que de divisor no tiene nada, pero me sirve para guardar mis libros y algunas otras cosas. Todo se mantiene bastante ordenado para ser una inquilina de diecinueve años, salvo el baño que tiene unas manchas de tintura roja para el pelo que ya no se pueden sacar. El departamento no es la gran cosa, pero es todo lo que necesito.
El encargado del edificio es raro pero me cae bien porque aunque sabe que me llamo Susana me dice Susi. Sabe que me gusta más. Siempre me lo encuentro cuando bajo al lavadero y alguna que otra vez vino a arreglar algo de la cocina. Igual nunca hablamos mucho.
Trabajo un par de horas al día en una peluquería que queda en una galería de Palermo viejo. La verdad es que la paso bastante bien porque trabajo con mi amigo Nick (que en realidad se llama Juan Salvador) y los clientes son buena onda, generalmente se hacen cortes extravagantes o pasan a saludarnos después de hacerse tatuajes en el local de enfrente. Además con lo que gano me alcanza para salir el fin de semana y comprarme alguna que otra cosa que no le quiera pedir a mis papás.
Hace poco adopté un gato. Hace unos meses le mande un mensaje a mi ex a la madrugada y nos vimos. Era cantado que iba a ser un desastre y efectivamente lo fue, pero resulta que su gata había tenido gatitos y los estaba dando en adopción así que me lleve uno. Quedamos en ese “vamos hablando” que nunca sucedió, pero al gato lo amo con mi vida así que tal vez por algo fue. No era un animal muy amigable y al principio estaba un poco enfermo, pero al tiempo empezó a pasearse por el departamento como si fuera suyo (y un poco lo era, estaba mucho más tiempo que en el que yo).
***
Hoy nos invitaron al cumpleaños de Cande, una piba del otro quinto que me cae bien porque le gusta la poesía y escucha heavy metal. Como invitó a toda la camada era de esos viernes que se palpitaba la noche desde la mañana. La gente que se encontraba en los recreos se preguntaba si iba a ir, que se iban a poner, quien compraba el escabio y quien ponía casa para ir todos juntos. Además esta fiesta seducía porque Cande tenía amigos más grandes que no eran del colegio. Si en días normales no prestamos atención en las clases, menos los viernes, y mucho menos si íbamos a salir. Los docentes se resignaban a la mística del último año y yo también. Tenía un poco de divertido.
Después de siete horas sonó el timbre y todos se despidieron prometiendo verse a la noche, pero para mi el día seguía teniendo mucho por delante. Me tomé el bondi y como pude sentarme me comí el sándwich improvisado que tenía guardado en la mochila. Unas paradas después me bajé a cuatro cuadras de la peluquería, faltaban cinco minutos para las tres de la tarde así que si apuraba un poco el paso iba a llegar bien. Nick me esperaba con la cara de concentración que pone cuando está buscando música en Spotify, cuando encontró la canción correcta me pasó una escoba y nos pusimos a barrer mientras cantábamos y bailábamos hasta que llegara la primera o el primer cliente de la tarde.
Había quedado con las chicas en encontrarme directo en la fiesta porque salía tarde de trabajar, así que cuando terminé mi turno me fui a mi casa. Me dí una ducha mientras improvisaba unos fideos con aceite y repasaba mentalmente que tenía que meter en la riñonera. Celular, plata, llaves, dni, sube. Me puse un short negro, una remera negra, unas medias de red y unos zapatos altos. Me fijé la hora a ver si llegaba a tomarme el último subte y salí del departamento.
El lugar era realmente inmenso, parecía una casa antigua pero se alquilaba para eventos. Había un alguien en un escenario improvisado recitando poesía, creo que escuché decir que se llama Rodolfo Lamadrid pero yo no lo conocía. Me encontré a Cande que tenía un vestido rojo y un vaso de cerveza por la mitad, me dijo que mis amigas estaban en el patio.
Escuchamos música, bailamos, nos reímos de los que cantaban de una manera completamente desfasada “aguante la promo 18”. Fuí a ver si encontraba un poco de Fernet y perdí a las chicas, así que decidí sentarme en un sillón. Me empezó a dar un poco de sueño, ya eran las cuatro de la mañana y yo no paraba desde las seis y media. Busqué a Martu, Rena y Mechi con la mirada, hasta que encontré a la última chapando con un chabon que no reconocí pero que supe su nombre porque los amigos decían “que grande Lucas” mientras se palmeaban la espalda. Sentí como se me cerraban los ojos hasta que me quedé dormida.
Dale Su que está afuera el Uber, me decía Martu mientras yo me despertaba desorientada. Creo que algunas personas me estaban mirando, me dio bronca que pensaran que estaba borracha pero me conforté pensando que no saben lo que es trabajar, estudiar y tener una vida social. Cuando me paré del sillón se me cayó un papel de abajo del brazo, lo agarré por las dudas y me lo metí en el bolsillo. Las chicas venían a dormir a casa asique al chofer le dijimos una sola dirección. Ya estaba saliendo el sol.
Nos habíamos quedado dormidas así como estábamos, con la ropa y el maquillaje puestos, yo con Martu en mi cama y Rena y Mechi en el sillón. Me causó gracia la imagen de todas así, supuse que esto significaba ser adolescente.
Metí la mano en el bolsillo del short y encontré lo que ayer semi dormida había pensado que era un papel. Resultó ser un volante que tenía algo escrito en lapicera: “Basta que miremos demasiado fijo una cosa, para que comience a resultarnos interesante” y un número de teléfono.
Obvio que decidí llamar, no solo alguien se había tomado el tiempo de buscar un papel y una lapicera en el medio de una fiesta, sino que encima le había parecido interesante dormida toda despatarrada en un sillón. Las chicas me dijeron que estaba loca, que no sabía quien era, que podía ser cualquiera. Pero a mi me generaba algo de confianza. Después me dijeron algo de que no podía llamar a la mañana siguiente, por una especie de código se llama unos días después. Les hice caso.
El viernes siguiente llamé al número: me atendió un pibe y le dije “soy la cosa”. Quedamos en ese salir el fin de semana.
***
Al poco tiempo empezamos a convivir. Pablo se mudó a mi departamento y durante bastantes meses fuimos muy felices. A mi no me importaba que se quedara en la cama todo el día mientras yo iba a trabajar, de hecho nunca me había molestado hasta la vez que se perdió mi gato. No quiero contar esa historia porque me angustia pero fue ese el momento en el que mi relación con Pablo comenzó en decadencia. Todo se había vuelto monótono y cada cosa que decía me daba bronca. Hasta que un día decidí irme del departamento y llevarme al gato, con la ilusión de que tuviera que buscar trabajo para pagar el alquiler y tal vez, cuando esté estable, quisiera reconquistarme. No nos vimos nunca más.
Lloré un montón. Juré que nunca más me iba a enamorar. Salí a bailar con mis amigas, nos fuimos a Bariloche, vi a otros chicos, adopté otro gato. Cumplí años.
Resulta que a fin de año había terminado el secundario, había superado a Pablo y me había mudado con Mechi. Quinto año me sigue pareciendo una boludes, pero la pasé genial.