3 años
Nunca hay tiempo en la ciudad de la furia. El sol empieza a quemar y la gente llena las calles, trabajadorxs y estudiantxs caminan al ritmo que dicta la producción. La inercia lxs lleva sin pensar en dirección a sus destinos diarios. Nadie mira para el costado, nadie mira para adentro. Colectivos, subtes, taxis. Celulares, carteles, publicidad. A veces parece que hay tanto ruido para no pensar. ¡Corre! Que llegás tarde, siempre tarde. Empieza otro año, parece prometedor. Y de repente, pausa.
Pausa.
El año que paró el reloj. Ya no hay excusa, porque si hay algo que sobra es tiempo.
Siempre me gustó leer, había algo en esa idea que me movía. Dejé de hacerlo durante muchos años, porque -irónicamente- "no tenía tiempo". Una evasiva, un pequeño auto boicot que por algún motivo todxs nos hacemos con cosas que nos gustan, una mentira piadosa para quedarse en la comodidad.
Hace algunos años algo me empezó a incomodar. Me hacía preguntas y no me gustaban las respuestas. El nombre de Ángeles Rawson me quedó tan grabado como el zócalo rojo del noticiero en que lo leí. Tal vez fue porque vivía cerca del chico que me gustaba, o porque la encontraron adentro de una bolsa a la vuelta de mi colegio, o tal vez fue porque cuando fui a inglés particular esa semana mi profesora con la voz quebrada nos contó que en una de las sillas vacías de mi aula se sentaba ella el año pasado. Tal vez fue todo junto, pero tal vez no fue nada de eso. Feminismo para Jóvenas fue el primer libro que pudo darme algunas respuestas y me abrió el mundo de la literatura feminista en la que hoy encuentro tanto consuelo.
Cuando empecé la carrera abandoné un poco esa costumbre. Hasta que llegó el 2020. En los viajes siempre suelo elegir un libro como compañero, y este verano le tocó a El segundo sexo de Simone de Beauviour. Pensando que cuando volviera a la ciudad se terminaría mi temporada de lectura, el mundo se encontró en una situación tan inesperada como desconocida.
El encierro me presentó -como a todxs- algunos desafíos. Entre ellos, encontrarme con mi cabeza. No se si la palabra correcta sea difícil, pero si fue una sensación muy rara y que me llevó a situaciones que hoy veo como positivas. En medio de todo eso, me reencontré con los libros.
Una las autoras que más me "acompañó" este tiempo fue Mariana Enríquez. Su novela Nuestra Parte de Noche y su antología Las cosas que perdimos en el fuego, crean un universo completamente propio. La autora mezcla el horror de fantasía con el horror de la realidad que a veces da mucho más miedo. Caracterizada más de una vez como valiente y sorprendente, Enríquez se encuentra entre las mejores autoras de América Latina y de mi biblioteca.
Dos clásicos también fueron protagonistas en el aislamiento: Relatos de un naufrago y La naranja mecánica. Desde unos sentires muy diferentes a los propios, los protagonistas lograron generarme una empatía que me sorprendió más de una vez. Es irónico que ambas historias traten el tema de la soledad.
Así, con algunos vaivenes, los libros fueron yendo y viniendo en mi vida durante estos tres años. Y tal vez su mística sea esa, la de estar siempre, esperando, hasta el momento justo.
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