Consigna:
Escribir un cuento, que incluya: 1 objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona.
El reloj encantado
"Mi nombre es Atahualpa Garcia Poultier y emprenderé la búsqueda de un milenario papiro que fue extraviado. Mi travesía comenzará en una cueva de la que no puedo revelar su ubicación, y no se donde terminará. En mi bolso llevo lo necesario para una semana de supervivencia y vendrá conmigo mi fiel compañera Roma" Dije y guarde mi arcaica videocasetera en una de las tablas flojas del piso de madera de mi departamento. "Por si no vuelvo" pensé, pero rápidamente borré ese pensamiento de mi mente, ya era tarde para vacilaciones.
Después de un largo y caluroso viaje llegue a mi destino. Ahí estaba la cueva, enorme, majestuosa. Me tome un momento para contemplarla, acaricié a Roma y nos adentramos en ella.
A medida que caminaba hacia el interior, el lugar por donde entré se convertía en un destello de luz mas y mas pequeño. Cada vez hacia mas frío y cuando la oscuridad se volvió demasiado intensa, saqué la linterna de mi bandolera. Y ahí lo vi, el papiro. Casi paralizado, en una mezcla de ansiedad y emoción, logré acercarme al rústico altar donde se encontraba. Estaba en egipcio. Pero no desesperé, porque había llevado mi diccionario en esa lengua. Me lo había regalado mi abuelo, no se si por melancolía o por cabala pero siempre lo llevo conmigo, en fin, nunca se sabe cuando lo voy a necesitar.
Me senté en el helado piso de la cueva hasta que logré traducir el papiro, la desilusión me invadió al no comprender el mensaje cifrado. "Encuentra el reloj y sabrás la respues
ta". ¿Que reloj? me pregunté, y la respuesta a que pregunta.
Roma olfateó el papiro y se dirigió hacia una montaña de piedras y comenzó a hacer movimientos desesperados. Confiando en su instinto perruno me acerque a ella, revolví las piedras amontonadas hasta que toque algo de textura distinta, era una caja. Con ayuda de un objeto filoso pude abrirla y encontré un reloj dorado. Era hermoso, parecía valioso, de otra época. El frío de mis manos me traicionó cuando intente agarrarlo y se me cayó al piso. Un ladrido ahogado fue lo ultimo que se escuchó en la cueva.
Desorientado entre lenguetazos logré recuperar la conciencia. No sabia donde estaba y tampoco tenia el reloj. Supuse que había quedado roto en el suelo de la cueva pero no conseguía recordar como me fui del lugar. Decidí caminar por lo que parecía un pueblo muy extraño. Algo me llamaba la atención pero no sabia bien que era.
-
¿Quien sos y porque sos tan alto?
La pregunta me tomó por sorpresa. Siempre me había considerado de altura promedio para un hombre de mi edad.
Cuando me di vuelta vi a un señor de brazos cruzados, vestido de una forma un poco rara y particularmente bajo. Sin muchas certezas intente contestarle.
- Disculpe, es que me perdí y no se donde estoy.
- Me pareció que no era de por acá, en este pueblo nos conocemos entre todos y ademas, nunca había visto a alguien... de su tamaño. Vamos a la cantina para que comas algo y a ver si alguien te puede dar una mano.
Me dirigí con el pequeño señor hacia un bar que muy lejos estaba de parecerse a todos en los que alguna vez había estado. Abrimos la puerta y me quedé tan sorprendido como todos los presentes. Nadie pasaba el metro veinte.
Después de unas miradas, algunas menos respetuosas que otras, nos sentamos en la barra junto a los clientes mas frecuentes, que sentaban ahí para poder charlar con los mozos y los dueños del lugar.
Aunque mi incomodidad era evidente ya que mis piernas no entraban en lo que para ellos era una silla, la conversación se fue distendiendo. La mayoría me caían simpáticos así que me pareció que no era una incordialidad preguntar en que época estaba ambientada la cantina.
El mozo que amablemente se había ofrecido a darle un poco de agua a Roma, arqueo una ceja y se miró con su compañera.
-Este es un bar como cualquier otro, es verdad que la última vez que lo remodelamos fue hace dos años, en 1769, pero tampoco está tan mal.
Se me heló la sangre.
¿Podía ser que realmente haya viajado en el tiempo? Tragué lo que quedaba de mi bebida y sin ilusión de que alguien pudiera creerme comencé a contar mi historia. Todo lo que recordaba hasta el momento en que desperté.
Cuando terminé de hablar se hizo un silencio rotundo. Ni yo mismo podía creer lo que acababa de decir. Pero en eso se acercó una señora, tan pequeña como el resto, que había escuchado mi extraño relato. Me contó la leyenda de un espejo que funcionaba como una maquina del tiempo pero que solo para quien realmente lo necesitara.
Esperanzado por la posibilidad que la leyenda y su oradora prometían, decidí ayudar a los pueblerinos antes de acompañarla.
Agradecidos, y con las frutas de los arboles mas altos, los pequeños habitantes del pueblo me despidieron como a un amigo.
Así fue como llegué al lugar escondido donde se encontraba el espejo La leyenda -comenzó la señora- dice que debes tomar el espejo, cerrar los ojos y desear con todas tus fuerzas el tiempo al que deseas volver, contar hasta tres y romper el espejo contra el piso.
Una ultima mirada bastó para demostrar mi gratitud, abracé a Roma y seguí las indicaciones al pie de la letra.
Antes de abrir los ojos, el frío me anticipó perfectamente donde estaba. La vuelta a casa estaba cerca, pero decidí que tenia una última cosa por hacer. Tomé el papiro que se encontraba al lado de los restos del reloj y me lo llevé como recordatorio de mi extraordinaria travesía.
Lo que nunca imaginé, es que ese mismo acto, sería el que me llevaría a mi próxima aventura.